Historia de
Santiago Garrido
Comenzó un nuevo año, el primer día de 365, y ahí estaba en el suelo de mi habitación: una báscula modernísima que medía grasa, músculo, densidad ósea y todos mis pecados. Además, medía mi capacidad de amarme, de valorarme y de apreciar mi cuerpo, pero también de odiarlo.
Los números que marcaba confirmaban mi miedo: otro año de evitar los espejos, de quererme cada día un poco menos y de aceptar que esos 124 kilos iban a acabar con lo que quedaba de mi autoestima. Pensé que también iban a acabar conmigo, más temprano que tarde. A mis 27, la vida no parecía ser ni tan larga, ni tan divertida, ni tan querida.
Enero y febrero pasaron entre elípticas, dietas y ansiedad. De repente, llegó el mensaje: mi amiga Ana Paula estaba en México y quería que fuera con ella a Síclo... ¿yo? ¿En Síclo? ¿Con mis 124 kilos? Parecía imposible. Pero finalmente lo hice.
El 3 de marzo llegué a mi primera clase, nervioso, sudoroso, con escenas de "I Feel Pretty" que no salían de mi cabeza.
El primer clic al clip del pedal y ya estaba en movimiento. Poco a poco, dejé la tensión y la ansiedad y me sentí parte de algo más grande que yo. Dejé de pensar en el exterior y pude ver en mí algo que no había buscado en un instante entre oscuridad y movimiento. Ahí estaban, bien escondidas y tras mis mismas barreras, mis ganas de vivir feliz.
Hoy, un año después de ese primer clic, 50 kilos más ligero y con tantas endorfinas como para llenar un estadio, aún lloro y siento la piel erizarse por cada día, cada pedaleada, las veces que lo he hecho bien y las veces que lo he hecho terrible.
He aprendido más de mí mismo en mañanas y noches rodando, recuperando en cada canción mi capacidad de decirme más veces Sí. En la energía de Antonia encontré mis propias historias y motivación. En cada pedaleada con Annie me di cuenta de que siempre puedo un poco más. Con Pablo aprendí a cuidar mi postura y mi cuerpo.
En diciembre de ese mismo año, saliendo de una clase en Fernando VI, al otro lado del Atlántico, me cayó del cielo invernal: lo había logrado. Me había recuperado a mi mismo –el mismo año que lo creía todo perdido– me amaba y había mil cosas nuevas que quería hacer y vivir, siempre al ritmo de una nueva canción.
Así, vuelta tras vuelta, entre tap-backs y montañas: me encontré y me recuperé a mí mismo.